Adventist History

La Iglesia Adventista emergió en medio de debates sobre la estructura de la iglesia

A growing need to support pastors, refine doctrine and organize for mission

Silver Spring, Maryland, United States | Elizabeth Lechleitner/ANN

Nota del editor: Este informe es parte de una serie de artículos publicados este año, en que se cumple el 150° aniversario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Una década después del Gran Chasco, el naciente  movimiento adventista se encontraba en otra encrucijada. Aunque 1844 había sacudido el núcleo doctrinal del movimiento, esta crisis, en cambio, hizo que los líderes debatieran cuestiones más tangibles.

“Alrededor de 1854, el movimiento casi se desintegra porque no pueden pagarle a sus ministros. Vemos que [John Norton] Loughborough estaba pidiendo por favor algo de pan”, dijo el historiador adventista David Trim. “Llegó a un punto que no tenía nada para sostener a su familia”.

Profundamente desalentados, en 1856 Loughborough, John Nevins Andrews y otros pioneros del movimiento se retiraron a Waukon (Iowa), donde esperaban dedicarse a la hacienda y ser misioneros. Pero el ambiente rural les brindaba pocas oportunidades de testificar, y el clima inclemente forzó a Loughborough a dedicarse en cambio a la carpintería.

Poco después, Jaime y Elena White, dos de los fundadores de la denominación, llegaron inesperadamente a ver cómo andaban estos obreros aparentemente negligentes.

“[Elena] encuentra a Loughborough y tres veces le dice: ‘¿Qué haces aquí, Elías?’ y de alguna manera lo conmina a regresar a la obra”, dijo Trim. White se refería así al profeta del Antiguo Testamento, que desconfió de Dios y se escondió en una cueva.

“A pesar de ello, ese es el momento cuando se dan cuenta de que tienen que hallar una manera de sostener a los ministros, y eso significa que cada iglesia necesita un tesorero”, dijo Trim.

Esta historia enfatiza el malabarismo que tuvieron que hacer los primeros adventistas: Aún se mostraban reacios a adoptar una estructura formal para la iglesia, pero cada vez quedaba más claro que por sí solo, no alcanzaba con el celo para dar a conocer el mensaje del evangelio.

A pesar de ello, era un tema muy tenso decidir de qué manera tenía que seguir avanzando la iglesia.

Para fines de la década de 1840, el movimiento adventista consistía de grupos diseminados y apenas conectados por medio de publicaciones periódicas tales como la “Advent Review & Sabbath Herald”, y de esporádicas conferencias sabatistas, donde los creyentes se reunían a analizar y, en muchas ocasiones, discutir sobre puntos más detallados de doctrina. “Difícilmente había dos que estuvieran de acuerdo”, dijo Elena G. White de la segunda conferencia, llevada a cabo en 1848.

En 1863, veinte delegados se reunieron en esta construcción en Battle Creek (Míchigan, Estados Unidos), para organizar la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, creando así una estructura formal para el movimiento adventista.

En 1863, veinte delegados se reunieron en esta construcción en Battle Creek (Míchigan, Estados Unidos), para organizar la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, creando así una estructura formal para el movimiento adventista.

En efecto, según el historiador adventista George Knight, se necesitaría “un liderazgo enérgico y orientado a los objetivos para formar un cuerpo de creyentes dentro de las condiciones caóticas del adventismo post chasco”.

A pesar de los temores persistentes de que la estructura de la iglesia equivalía a “Babilonia” (o a favorecer la religión organizada por sobre la simpleza del evangelio), líderes como los White y José Bates comenzaron cada vez más a hacer llamados resueltos de adoptar una estructura.

La organización formal, sostenían, le daría a la naciente iglesia los fundamentos financieros y legales que necesitaba para ser dueños de propiedades, pagar y enviar a los pastores, y determinar de qué manera las congregaciones locales deberían relacionarse entre sí y con el liderazgo de la iglesia.

Jaime White fue aún más allá, al sugerir que la estructura era una manera de constatar la buena mayordomía. En un artículo de la Review en 1860, dijo que era “peligroso dejar que el Señor haga lo que tenemos que hacer nosotros, y quedarnos entonces sentados haciendo poco, o nada”. Estaba preocupado especialmente por el ministerio de las publicaciones de la iglesia, que quería que estuviera registrado y asegurado “de manera legal”.

El impulso por la causa creció en los meses que precedieron a lo que llegaría a ser una asamblea definitoria en Battle Creek (Míchigan) en octubre de 1860. Allí, los White desafiaron a sus rivales a encontrar un pasaje bíblico en contra de la organización. Cuando sus opositores no pudieron hacerlo, el grupo decidió avanzar. Adoptaron una constitución para incorporar legalmente la asociación publicadora de la iglesia, amonestaron a las iglesias locales a “inscribir legalmente a las propiedades y templos de la iglesia” y escogieron un nombre para los creyentes diseminados: adventistas del séptimo día.

A comienzos de 1861, en otro congreso llevado a cabo en Battle Creek, los líderes de la iglesia en la región del Medio Oeste de los Estados Unidos realizaron otras tres recomendaciones, añadiendo al fundamento que habían establecido el año anterior. Allí se decidió incorporar legal y oficialmente la Asociación Publicadora Adventista, sobre la base de la formación de asociaciones en los estados o distritos, a la vez que se instó a las iglesias locales a que llevaran registros exactos de los miembros y financieros.

Los adventistas del Este de los Estados Unidos, dijo Knight, reaccionaron “contundentemente”, rechazando las recomendaciones y acusando a White y sus partidarios del Medio Oeste de apostasía.

White dijo que esta paralización se debía al silencio de los líderes destacados de la iglesia sobre el tema de la organización, dijo Knight. Elena White se mostró de acuerdo, deplorando una falta de “coraje moral” entre los líderes silenciosos. Ella había recibido una visión que indicaba que la “Babilonia” real era la confusión y el conflicto que acompañaba la desorganización.

“En lugar de estar unidos como pueblo, de crecer más fuertes, en muchos lugares somos poco más que fragmentos quebrados, aún desparramados y cada vez más débiles. ¿Hasta cuándo esperaremos?, escribió Jaime White en la Review en agosto de 1861.

Poco después, comenzó a surgir cada vez más el apoyo a la organización. En octubre, los adventistas de Míchigan fueron los primeros en organizar una asociación del estado. Durante los siguientes doce meses, los adventistas de otros seis estados lo imitaron. Con excepción de algunos focos de resistencia en la región Este, para 1862 el movimiento hacia la organización parecía imparable.

John Byington fue el primer presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

John Byington fue el primer presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Sin embargo, sin un ente principal de gobierno, líderes como Jaime, White, Joseph Harvey Waggoner y Andrews estaban preocupados de que la iglesia perdiera los beneficios plenos de la organización. Propusieron entonces que cada asociación de los estados enviara un ministro, o “delegado”, a un congreso general, o “asociación general”. El factor que impulsó esto fue la necesidad de contar con un ministerio pastoral confiable. Si los pastores podían recibir los beneficios de la benevolencia sistemática, sostenía White, entonces la iglesia debía recibir los beneficios de la “labor sistemática”.

Así fue que en mayo de 1863, veinte delegados, diez de los cuales representaban a la Asociación de Míchigan, se reunieron en Battle Creek para organizar la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día “con el propósito de garantizar la unidad y la eficiencia en la labor, y de promover los intereses generales de la causa de la verdad presente, y de perfeccionar la organización de los adventistas del séptimo día”.

Los delegados también adoptaron una constitución, una constitución modelo para las asociaciones de cada estado y eligieron los principales directivos de la denominación: el presidente, el secretario y el tesorero. Aunque fue elegido en forma unánime, Jaime White rechazó el cargo de presidente, temiendo que el cargo afectara su campaña por la organización al ser considerado como “oportunista búsqueda de poder personal”, dice Knight. En su lugar, se eligió a John Byington como el primer presidente de la denominación.

Sin embargo, el hombre que estableció el marco de toma de decisiones de la iglesia ya era una de sus influencias más poderosas. White había introducido la idea de que si las acciones y prácticas no estaban “prohibidas por la Biblia y no violaban el sentido común”, eran legítimas, dijo Knight. Desafió así las interpretaciones estrictamente literales de la Biblia que apoyaban los primeros adventistas.

“Seguir con una comprensión más estrecha habría paralizado en gran medida la iglesia al tratar de avanzar a través del tiempo y la cultura”, dijo Knight.

Con una comprensión y una aceptación más amplia de la estructura, la iglesia llegaría a estar mejor equipada para refinar su identidad doctrinar y organizarse para la misión.

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